Le habían salido unas manchas misteriosas en la piel. Quizá fuera acné juvenil en su rostro, o su mal genio, convertido en rubor facial. Pronto, una sombra de maquillaje las ocultaría. Y aquella estrella de cine, con su anillo de oro, perlas y diamantes, luciría una espléndida corona y brillaría como una reina.
Quienes asistieron al espectáculo la contemplaron con respeto, ocultándose tras unas gafas oscuras para evitar su radiante mirada de Medusa. Sin embargo, era tal su magnetismo que yo quise verla con mis propios ojos.
Ahora, la oscuridad me rodea. Seguro que me cegó mi atrevida ignorancia.

La trampa
Me daba un miedo relativo. Los paparazzi, que le perseguían desde hacía muchos años, habían subido